Me gusta pensar que el patio pulmón son los ecos del
inconsciente de todos los que vivimos en el edificio, de lo que hacemos y
hablamos todo el tiempo pero que no le prestamos atención. Más que nada a la
noche cuando coincide que la mayoría estamos habitando nuestros departamentos y
respiramos ahí. A veces retumba tanto todo que cuando me siento a escribir a la
madrugada puedo escuchar lo que a mi vecino de enfrente le gusta lo que le
hagan cuando tiene sexo o cuando la vecina discute con su novio por celular en
altavoz o cuando hay reunión en el departamento 7 y planifican algún taller o
actividad para transformar el mundo y tiran los puchos al piso junto a los que
tiro yo cuando me desvelo en la madrugada porque me da fiaca buscar el cenicero
en la cocina.
Ellos podrían decir lo mismo de mí, cuando hago karaoke de los
temple pilots, o cuando tarareo lo que
escribo en la madrugada o cuando digo lo que me gusta cuando cojo. A la larga
nos escuchamos entre todos y sin saber cuáles son nuestras caras conocemos
capaz más secretos que las personas que nos conocen a cada uno.
En el almacén de la vuelta o en la verdulería de la esquina nos cruzamos, por lo general siempre me encuentro al vecino de enfrente, nos saludamos y nos quedamos mirando un ratito sabiendo que a la noche, además de compartir el agua que chorrea de la bomba que está en el patio y del pedazo de cielo cuadrado que vemos, compartimos un poco esto de estar uno pegado al otro, separados por un patio pulmón que funciona como parlante de nuestro cotidiano.
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