El cigarro
me quemó los dedos. Estaba empezando a levantarse viento y decidí salir a fumar
un cigarrillo al patio, me enredé entre la puerta vaivén verde y la manguera que, oportunamente, Andre había
dejado ahí en el piso cual víbora esperando a su presa. Me caí, como es usual y
me quemé. ¿Será que siempre tengo que terminar en el
suelo? El viento empezó a volarme los pelos y me apagó el cigarro.
Todo termina, de a poco se va muriendo, apagándose lentamente… como mi cuerpo volviéndose indefenso y logrando un insomnio terrible de excusas.
Este verano me tocó un cuarto para dormir que lo puedo recorrer en tres segundos con la mirada: 1, la ventana; 2, el espejo; 3, el ventilador. Ya está, eso es todo. Terminó. Y el verano también con la decisión de no enamorarme otra vez, no porque no encontré de quién sino porque quiero empezar a conocer esa parte de mí que no siente. Andre me dice que tengo mucho odio, poca suerte. Yo le digo que se vaya a cagar, que todos quieren cojer escuchando a Pappo.
Este verano me tocó un cuarto para dormir que lo puedo recorrer en tres segundos con la mirada: 1, la ventana; 2, el espejo; 3, el ventilador. Ya está, eso es todo. Terminó. Y el verano también con la decisión de no enamorarme otra vez, no porque no encontré de quién sino porque quiero empezar a conocer esa parte de mí que no siente. Andre me dice que tengo mucho odio, poca suerte. Yo le digo que se vaya a cagar, que todos quieren cojer escuchando a Pappo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario