uno y medio

Desvelarse sabiendo que estas letras nunca tendrán melodía no por ritmo, sino por la capacidad misma de las letras. 
Damien canta que ninguno de los dos quiere estar solos. Tal vez es eso. 
Por eso regresan, se aburren, tienen sexo, debilitado y agotado, se bañan y se van a dormir separados, oponiendo sus cuerpos.
Cuerpos, esos, que una vez supieron estar tan pegados y sudados uno al otro.
Uno sueña con quedarse, el otro con irse. ¿Por qué siguen en la misma rueda? Ya ha dejado de dar vueltas hace mucho tiempo, ¿Cuánto ya? ¿Unos tres años?
Ella se levanta a beber un poco de agua, siente su garganta seca. Él la persigue hasta la cocina, quiere envolverse en su cabellera. Ella no lo deja, no porque no quiera, no sabe por qué. 
Así es su rutina. Se prenden un cigarro, deja que se queme todo el papel con el tabaco, sin pasar por sus pulmones, en el cenicero. Nunca supieron terminar las cosas. 
Afuera está oscureciendo entre los malditos edificios que no dejan ver el sol ni la luna, apenas las estrellas, si tienen suerte. 
Aire, que les vuela los pelos (y la mente), lo sienten en su cara porque han abierto la ventana del dormitorio, ella recostada en el colchón del piso, él al lado de ella con los pies sobre la cama acariciándole sus piernas mientras hace una mueca parecida a una risa que contiene lágrimas. Ella tiene la misma mueca, también. Pasan así toda la noche, entre cigarros y vino, y sábanas sucias.
Por eso regresan, se aburren, tienen sexo, debilitado y agotado, se bañan y se van a dormir separados, oponiendo sus cuerpos y sus corazones . . . 

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